Quiero un gato gordo y malo que se llame Federico. Un gato al que yo no le guste demasiado, que se deje acariciar pocas veces, que me mire en la distancia, con superioridad, como si viniese de algún tipo de realeza gatuna y supiese que yo agonizo por su amor. Así podría decirle todo el rato: Federico, bonito ¿por qué te empeñas en no ser bueno? Y quejarme de él y frustrarme. Será mi piedra de Sísifo. Yo quiero un gato malo y un perro bueno y noble. Es mi declaración de intenciones. La paz para el mundo, la guerra dentro.
Hace poco saqué mi segunda novela y seguiré rallando aquí y en todas partes hasta que consiga vender todos los libros posibles. Uno de los personajes más importantes del libro es el bueno de Abelino. Abelino es el gato de Sol. Este es Abelino en su versión más refinada y aceptable:
Sol ahora vive lejos y se ha llevado también a Abelino a sus nuevas aventuras. Ahora tiene mucho mejor aspecto- los dos lo tienen- más saludable e higiénico. Pero la verdad es que Abelino está irreconocible. Obviamente casi todo se explica porque es un gato enfermo que, poco a poco y gracias a Sol, se ha ido curando. Pero, aunque esté mejor, no ha cambiado tanto. Su problema real es esa actitud rota, de morir matando, de perpetua violencia. Su problema es que quiere guerra fuera y guerra dentro.
La forma que tiene Abelino de tomarse la vida es anti natura. Sol le cuida, le compra la mejor comida, le da amor y lo lleva al veterinario. Pero Abelino ha decidido que no piensa disfrutar nada de eso, que no le va a dar ni una oportunidad a la vida. Hay veces en las que todo es una noche. Hay personas que viven en estado de demolición. Quemarlo todo hasta que no quede nada. Hasta que estés tú solo. Sin nadie que se preocupe por ti. Sin nadie que te quiera y te haga sentir que la has cagado bien profundo.
Al bueno de Abelino lo entiendo perfectamente de principio a fin. Todos, alguna vez, hemos sido como Abelino. No es tan raro rebelarte contra los que quieren ayudarte. A veces no hay amor o no sirve, y todo consiste en pasión enferma y ganar mayor velocidad en la caída. Un estruendo. Porque si corres lo suficiente, casi parece que nada te alcanza. Una vida entera huyendo de todo cuanto la vida prometía y no encontraste en ninguna parte.
A veces “lo divertido a veces es joderse la vida”. Pero a Abelino no es que le haga gracia. No es un joven irónico en post depresión. Nada que ver con la sociedad contemporánea. Lo suyo es más una causa política. Su revolución. El mundo no merece la pena. A la mierda todo lo bueno. Él va a sacar las garras a la que pueda.
Vi a Sol este finde pasado. La novela que escribí va de cuando los dos trabajábamos juntos en su pastelería. La idea era hacer una historia de amistad. Me hizo gracia que el libro saliese justo cuando la iba a volver a ver a ella, después de mucho sin hablar. Le regalé un ejemplar. Lo leyó del tirón. Me dijo que lloró mucho, muchísimo. Me da la sensación de que en el fondo le sentó bien, como si se hubiese reparado algo. Creo que lo que escribí fue más bien una purga. Le dije que lo siguiente sería una misa sobre Abelino, que esas cosas siempre son más divertidas. Vale, se la leeré en voz alta, me dijo. Creo que, si Abelino pudiese entender todo esto, le enloquecería de rabia ser el protagonista. Sacaría las garras, reventaría el sofá. Aun así, siempre tendrá a Sol detrás de él, limpiando todo lo que ensucie, por muy harta que esté. Dispuesta a perdonarlo. Siempre hay alguien decidido a convertir su vida en una caída, y casi siempre hay alguien atrás, con los brazos extendidos, para que el colapso no se produzca. Siempre hay guerra y casi siempre, con suerte, también paz.
Tú eres los brazos extendidos detrás de mí espalda Romi.