El sitio parecía correcto en las fotos de Google, pero era pura perspectiva. Por dentro, el restaurante es deprimente, turístico y feo. Entro con una sonrisa.
Buona sera- digo, agachando la cabeza a modo de saludo, como si fuese de allí de toda la vida. Sonrío a Mel como diciendo ¿ves? Algo he aprendido.
Siempre que viajo con Mel, ella se encarga de todo. Reserva las mesas, habla con la gente y resuelve los problemas. Su estilo tiene mucho que ver con el arreglo. Ha llenado la casa de flores, de plantas, de cosas bonitas. Yo trato simplemente de oler bien y de no decir nada inapropiado. Llevábamos meses tratando de viajar a Italia y yo tenía un plan, uno muy bueno. Ir a clases de italiano en secreto, durante meses, y al llegar al aeropuerto decirle Mel, no te preocupes, aquí me encargo yo de todo, tú relájate. No fui ni a una clase. Solo me quedó la intención y el buona sera. Esto es todo lo que tengo para ofrecerte.
Vuelta al presente. Estamos en este restaurante porque no pudimos reservar en ningún otro. Es año santo. La ciudad está llena. Solo les quedaba una mesa. La peor.
A un lado tenemos a dos chicas jóvenes, y al otro a una pareja de ingleses viejos. Una de las chicas pregunta si la pasta cacio e pepe puede ser sin pepe. O con poco pepe. Casi sin pepe, de hecho. Le dicen que ya el propio nombre del plato le debería haber indicado que algo así es impensable. A la chica aquello no la convence. Simplemente haced el plato igual, pero sin pimienta, dice. Sonríe, confiada en que funcione. Tiene opciones. Todo el equipo de camareros se ha volcado con esas dos chicas jóvenes. Les han puesto flores en la mesa. Sonríen a cada mínima oportunidad. ¿Por qué no iban a estar dispuestos a preguntarle al cocinero si puede poner menos pimienta? Total, ya han cometido todos los excesos e imprudencias de un primer amor.
El viejo de la mesa de al lado suelta una tos larga, larguísima, que va por etapas. Primero atraviesa un túnel y luego florece en el sonido de un motor renqueando. Le debe quedar como mucho un vuelo a Benidrom, solo de ida. Su mujer le mira con cara de desear que pase de una vez lo que tenga que pasar, y a tomar por culo esa cara triste y ese gesto vacío y todas las conversaciones que no llevaban a ninguna parte y esa puta manía cualquiera que seguro que la ponía totalmente histérica. Son una pareja graciosa. Se lo digo a Mel. A ella también le hacen algo de gracia.
Me fijo en que los ingleses tienen flores en la mesa. Pero qué coño. Miro por todo el restaurante. Todas las mesas tienen flores menos la nuestra. No entiendo nada. ¿Por qué este escupitajo? Nosotros hemos pedido los platos con la cantidad recomendada de pimienta. Hemos dicho buona sera al entrar. No andamos tosiendo por ahí como moribundos. Me merezco esas putas flores para que todo esto no sea tan espantoso.
Traen los platos. Comemos rápido, muy rápido. Queremos largarnos de ahí cuanto antes o corremos el riesgo de acabar odiándonos. Al final el turismo siempre me hace pensar que todos somos bastante predecibles. O ves lo que todos ven, o buscar ver algo que nadie ve para no ser como todos. Es cuestión de patrones. Código binario. No dejo de pensar en las IA’s, en que me van a quitar el trabajo, en que me arrebatarán la vida, en que todo esto de estar vivo es una cosa predecible, plana y compartimentada que puede reducirse a cualquier tipo de cálculo. En que si queda algo será el espíritu, el alma, pero no sé dónde. Porque tanta iglesia espectacular y tanto claroscuro y tanto Bernini me hacen pensar que sí que tiene que haber algo que sencillamente se escape de los números. Que debería haberlo. Que de corazón espero que exista.
Roma de noche es preciosa. Volvemos al hotel caminando con calma. Donde mires ves siempre algo que te hace pensar en una historia. Le digo a Mel que quiero volver a casa con estos ojos, y encontrar también algo que contar. Pero ya no sé qué contar. No tengo un ocho y medio. Ya no sé de qué escribir. O se me acabó la pasión por la vida o se me acabó la imaginación para verla.
Escribe de mí. Escribe por ahí lo mucho que me quieres- me suelta Mel. Siempre me dice que nunca escribo de ella porque solo me gusta escribir de cosas tristes y deprimentes. Tiene razón. Yo qué le voy a hacer, Mel. La culpa es tuya por llenarme siempre la vida de flores.
Qué bonito 🤍 cuando no estás se te echa de menos por aquí
Buenísimo 🩷